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Por: Ing. Jesús Herrera Rábago

Existe una teoría llamada de las ventanas rotas, este fue producto de un experimento que se realizó en 1969 por el investigador Philip Zimbardo. El experimento consistía en abandonar un coche en el deteriorado barrio del Bronx de aquella época: pobre, peligroso, conflictivo y lleno de delincuencia. Zimbardo dejó el vehículo con sus placas de matrícula arrancadas y con las puertas abiertas para simplemente observar qué ocurría. Y sucedió que al cabo de tan solo diez minutos, el coche empezó a ser desvalijado. Tras tres días ya no quedaba nada de valor en el coche y a partir de ese momento el coche fue destrozado.
En una segunda parte del experimento, dejó un vehículo idéntico en buenas condiciones pero en este caso en un barrio muy rico y tranquilo de Palo Alto, en California. Sucedió que durante una semana nada le pasó al vehículo. Pero Zimbardo decidió intervenir, tomó un martillo y golpeó algunas partes del vehículo, entre ellas, una de sus ventanas, que rompió. De este modo, el coche pasó de estar en un estado impecable a mostrar signos de maltrato y abandono. Y entonces, se confirmó la hipótesis de Zimbardo. ¿Qué ocurrió? A partir del momento en el que el coche se mostró en mal estado, los habitantes de Palo Alto actuaron con el vehículo a la misma velocidad que lo habían hecho los habitantes del Bronx.
La conclusión fue si en un edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acaban siendo destrozadas por los vándalos. ¿Por qué? Porque se está transmitiendo el mensaje: aquí nadie cuida de esto, esto está abandonado.
Si aplicamos esto al ámbito de una ciudad, vemos la importancia de los servicios públicos. Si los ciudadanos ven que no hay luz en las calles, si la basura no se recoge, si la calle está llena de baches, las alcantarillas rotas, el drenaje no se repara, no hay banquetas, las instalaciones municipales no se les da mantenimiento, es muy probable que los mismos ciudadanos caigan en la actitud de no cuidar o no colaborar.
Pero lo peor es que genera un ambiente en el que la percepción es que ahí no hay autoridad y se vale hacer todo. Cuando empieza a haber luz, a arreglar los baches, a tener banquetas, a tener calles limpias, la dinámica social cambia.
Por ello, cuando escucho las promesas de los candidatos no entiendo cómo están tan preocupados por hacer grandes obras, como puentes o pasos elevados, cuando realmente en este momento lo importante, para Cadereyta, es mejorar los servicios públicos básicos.
Así las cosas, administrar un municipio parte de principios básicos simples, como los que aplicas en tu casa: no gastes más de los que tienes, y si estás limitado en recursos, úsalo en lo básico e indispensable no en lujos o cosas superfluas. ¿Algún parecido con Cadereyta?
Esta es mi opinión, usted tiene La Última Palabra.

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